miércoles, 11 de septiembre de 2013

Dualidad.

Somos una dualidad absoluta, dualidad maldita. Entes uniformes y heterogéneos que a su vez se dividen, pero el ojo humano, simplemente , no es capaz de hacer apreciación a este fenómeno. Se suele reducir lo que somos en “cuerpo y alma” pero lo cierto es que yo creo que somos, más bien, toda una mente prisionera de una materia antropomórfica. Materia que considero totalmente inferior: La mente es algo excepcional que nos permite hacer todo lo que queramos hacer, como alcanzar lo inimaginable y, en realidad, lo que verdaderamente nos limita, es el cuerpo humano. Sin la mente seríamos “satélites sin vida que flotan a la deriva”, materia vacía. No obstante y desgraciadamente, al igual que la mente es el motor del cuerpo, el cuerpo es el motor de la mente, así que estamos ante dos elementos simbiontes que se necesitan, limitando, como ya he dicho, cuerpo a mente, y en realidad, mente a cuerpo también. Así pues, es la mente quien crea a nuestros propios monstruos y nos pone barreras, confundiéndose a sí misma. Ella es culpable del terror, culpable de hacernos hacer cosas que nos matan en vida. Es un elemento dual dentro de otro elemento dual. Pongamos que es la luna:  posee una cara oculta que nos oscurece y nos maltrata, y otra cara que nos dice que no hacemos lo correcto, que sabe que la oscuridad no debe ser propia de una mente sana. Con lo cual, debemos abrirnos e imaginar lo inconcebible, imaginar que en un mismo plano, vemos todos, que una forma redonda, deja de serlo, y que podemos ser capaces de visionar todas las caras de esa luna, matando, así, su dualidad y liberando nuestra mente de su propia prisión. Debemos tomar el control de nosotros mismos, porque sin duda, y aunque acabe de reducir al ser humano a dos elementos, somos mucho más que eso, una complejidad inaudita que hay que alimentar, porque verdaderamente somos extraordinarios.


Monstruos.

Duermen bajo nuestras camas, traspasan nuestro colchón con sus puñales mientras dormimos y llegan hasta nuestros cuerpos, clavándonos sus dagas poco a poco, con cuidado de no penetrar ningún órgano vital. La muerte sería demasiado fácil, no sería suficiente. 
Viven dentro de nosotros, de nuestra cabeza, asomando por nuestros ojos, y si te miras al espejo fijamente cuando lloras, ellos ríen. Demonios. Ellos son reales, como si la tierra fuese el purgatorio. Cada segundo, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año puedes sentirlos, ellos son el peso que hay en tu conciencia por tus "pecados". Son, sin más, el daño que has hecho, las mentiras que has contado, las verdades que has callado. Unos los llaman monstruos, otros simplemente culpabilidad...Pero son demonios que asesinan nuestros silencios, que están ahí aunque no lo quieras, y que nunca se irán. "Ninguno veremos el cielo".